Esta carta te la debía

En aquella tarde de soledad, perdido entre nieblas espesas que apenas me dejaban ver el camino, apareció la estrella que me entregó su luz, sin ser yo ni rey ni mago.

¿Te acuerdas?

Me lancé de cabeza al acantilado de tus ojos, esos pícaros ojos que generosos me dieron la vida que necesitaba, justo como a las margaritas que se enredaban en tu pelo formando un remolino de primaveras para vivir de ellas las mil y una.

Casi eras una niña, una niña con cuaje de mujer. Realista. Toda una ligadura de la alegría que se tiene en los primeros años y saberte un tesoro, y si en aquel tiempo no lo sabías, ya te lo recordaba yo.

A veces me descolocabas, me costaba comprenderte, supongo que a ti te pasaría lo mismo. Somos de ámbitos tan diferentes... tú la sandía y yo... el melón.

Plasmado está en las más antiguas escrituras, tan antiguas como el principio de los siglos, que el melón siempre soñó con haber conocido el sublime sabor del corazón de la sandía.

Tener la certeza de que alguien te quiere incondicionalmente, si no es la mejor sensación del mundo, debe ser algo muy parecido. Y esa es la suerte que yo tengo contigo.

Mil veces enamorado de tu boca.























José Daniel Lloret Murillo

A. 16 de Mayo de 2.018

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