Gaviota

Con estas líneas voy a permitirme ser débil. Dios no quiera que llegue pronto el día en que el viento me haga desaparecer. Vientos como aquellos que te arrastraron hacia la sensatez. Yo aún sigo volcando cometas. Tú  te lanzaste a los cielos, gaviota, exhibiendo ese majestuoso batir de alas que tenías, cuando viste que la espuma se parte en vapor de sal. Desde entonces ni ha anochecido ni anochecerá. Nunca más.

Saco tiempo y ganas de mis flaquezas y te escribo, fumando barato y bebiendo malo, para ver si me incendio y ardo y mis carnes se deshacen en humo. A pesar de todo esto, al recordarte escupo flores vivas que van recogiendo unas y otras, todas ellas mariposas, que sobrevuelan lagartijas y anidan junto a las alondras. Hay veces que soy una fuente.

Quién sabe dónde reposarán tus blancuras cuando te enciendas junto a la estrella polar. Mientras, yo intento apagarme con el carboncillo del lápiz, me sale mal y mil hojas se queman.

Marcharé satisfecho, pues ya no podrán robarte las medias sonrisas que me llevé yo antes, ni el trocito de corazón que guardo en mi puño y que permanecerá conmigo hasta que las corrientes me aventen y no quede de mí más que la nada, que el todo.







José Daniel Lloret Murillo

26 de Junio de 2019

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