RSL

Cojo una naranja del cesto. Apoyado en la mesa de la cocina, poco a poco voy quitándole la cáscara, con las manos en cueros, duramente, con los dedos yermos.

El amargor que exudan sus poros por la parte exterior invade mi olfato, consiguiendo que se me erice la piel al tocar las teclas que activan el paladar de la nariz, o como quiera que se llame.

Me centro en continuar separando la cáscara de la carne, por partes se me resiste, me paso de fuerza y clavo los dedos más profundamente, alcanzo lo dulce, lo ácido, el azúcar. Lo húmedo.

Permanezco ausente, me viene a la cabeza tu talento, como suenas. Lo que todos vemos. Y me pongo a pensar. Y te pienso.

Claro está que lo sabes, que cuentas con ello, que tú también los clavas, en los primeros planos almendrados y nos derrites con tu láser a hombres y mujeres. A las montañas. Al hielo.

Me sacudo por completo, un relámpago me recorre la columna por dentro.

Admirador de tu pelo, desde el minuto uno. Y de como se te riza en la piscina desde el minuto dos. De tu arquitectura desde el minuto tres, cuatro, quince, veinte, cien.

Por fin te toco al desnudo, fruta que da el  naranjo y descubro tu esencia. (Trá, Trá). Te visualizo comiendo un polo de flash mientras compras en un kiosko gominolas y kikos con esa sonrisa tan "cabrona" que tienes.

Muerdo un gajo, lo salpico todo  y me digo: "Esa miel está hecha para este burro".






José Daniel Lloret Murillo

01 de Julio de 2019

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